Asambleas Constituyentes y Nuevas Constituciones en las organizaciones de los trabajadores.
Ricardo Candia cares
Conseguir una nueva Constitución mediante una Asamblea Constituyente parece ser la nueva fascinación de la izquierda o parte de ella. Como si eso fuera posible y como si ese planteamiento le dijera algo a la gente común, esas consignas se repiten en cuando documento izquierdista aparece.
Pero, a pesar de los angustiosos intentos, la izquierda no logra sintonizar con lo que la gente común quiere. Da la impresión que el ejercicio que hacen las buenas personas entusiasmadas con levantar un proyecto de país distinto al actual, y que culmina con la necesidad apremiante de otra Constitución, no cala en las personas.
¿Y si a la gente le diera lo mismo esta Constitución, y entonces para qué cambiarla si todo anda bien desde el punto de vista de sus necesidades y requerimientos más inmediatos y los no tanto?
Si uno se detiene a observar lo cotidiano, habría que aceptar que las cosas parecen no ir tan mal. Este es un país democrático por cuanto hay elecciones cada casi dos años y tú puedes andar por donde quieras y hacer lo que se te antoje. Da la impresión que el modelo económico funciona en la gente que ha comprado sus casas mediante los subsidios habitacionales del Estado y los créditos hipotecarios de los bancos.
Y parece que, a pesar de algunos dolores de cabeza, las tarjetas de pedir fiado resuelven bienes de consumo que de otra manera sería imposible adquirir. Pensemos no más en la cantidad de automóviles que se venden al año, al mes, al día.
Con todo, la gente usa el Transantiago y de no ser por lo que la tele muestra de vez en cuando, no se sabría de protestas de los habitantes contra un sistema de transportes que no respeta a las personas.
Y, salvo contadas excepciones, rara vez se ve a padres y apoderados reclamar por un sistema escolar que profundiza las brechas sociales y discrimina entre ricos y pobres.
Se dirá que los medios de comunicación manipulan y que la policía reprime, pero ¿cuándo no?
La izquierda sigue poniendo el esfuerzo donde mismo sin detenerse a pensar por qué la cosa no se mueve.
Un día de estos el sistema dice que bueno a una nueva Constitución y ahí te quiero ver. Una nueva Constitución que reine por otros cincuenta años, ahora con la gracia de haber nacido de la legitimidad que da una Asamblea Constituyente.
Recordemos qué pasó con el Movimiento de los estudiantes secundarios del año 2006. Ellos exigieron una nueva institucionalidad educacional y lo consiguieron. Claro que en un sentido contrario al que querían. Fue peor el remedio LGE, que la enfermedad LOCE.
Entonces, por la vía del abandono del que fueron objeto por parte de las organizaciones de trabajadores y de los partidos políticos de izquierda, los estudiantes se quedaron solos, premunidos de la fuerza moral de sus exigencias pero, como lo sabemos dolorosamente desde siempre, eso no es suficiente.
La política, en tanto su cuestión es el poder, requiere fuerza objetiva, constante y sonante para que sirva, y la izquierda no la tiene.
La fuerza del pueblo que ha hecho posible hasta el más mísero triunfo a favor de la gente, radica en sus organizaciones. Nada ha sido regalado por los poderosos de todas las épocas. Si los trabajadores y la gente común gozan de algún derecho, por muy poca cosa que sea, ha sido porque alguna vez luchó y se lo ganó mediante el activo concurso de sus partidos políticos y sus organizaciones.
La actual debilidad de los trabajadores se explica por la desaparición de sus organizaciones y la abulia de sus partidos. Sindicatos, federaciones, confederaciones y centrales, han ido reculando hasta transformarse en objetos decorativos cuya fuerza ha sido demolida por un sistema legal que abomina a la organización de los trabajadores y por las agencias del Estado que han hecho todo lo posible por inocular la parálisis que sufren muchas de estas otrora aguerridas organizaciones. A este efecto ha colaborado con mucha eficiencia los seudo dirigentes que viven convencidos que esas organizaciones son de su propiedad
Sin ir más lejos, el patético caso de la CUT. Secuestrada por dirigentes que obedecen a lineamientos alejados del interés de los trabajadores, se ha evaporado entre manejos propios de la yakuza, y vínculos secretos con el gobierno y los empresarios.
Las organizaciones de trabajadores deben ser rescatadas para los trabajadores, como paso previo para desarrollar proyectos políticos de cambio en la actual configuración del país. Quien quiera impulsar un nuevo país nacido del sueño de las gentes, lo hará sólo si pone en esa decisión la fuerza organizada de los trabajadores, de los estudiantes, de los campesinos y de todo aquel que comparta le necesidad de vivir de otro modo.
Pero antes, mucho antes, resulta indispensable impulsar esos mismos cambios democráticos en las organizaciones de los trabajadores por donde parece que no pasó el año 1991.