Ricardo Candia Cares
Se nos va a pasar la vida esperando que otros, no se sabe bien quiénes, hagan lo que creemos que es necesario para cambiar lo que hay que cambiar.
Llegados a este punto, no se sabe si el problema es el cascabel o es el gato.
Luego de decenios de observar cómo se corrompe el sistema político, cómo la carcoma de la sinvergüenzura corroe casi todas las instituciones, mientras lo más sanguinario de la ultraderecha administra todo el poder y el país sucumbe víctima de la más abyecta y egoístas de las culturas, no hay quién levante una idea capaz de decir algo más que Hay que hacer algo.
¿Pero, quién lanza la primea piedra, más bien la primera idea?
La ultraderecha y sus socios de la ExConcertación han sabido leer muy bien la psicología de la derrota de la izquierda y han administrado ese conocimiento con precisa vocación de poder.
Los más útiles para la estrategia de la ultraderecha han sido los rastrojos flotantes de esa izquierda antigua y traicionera que fueron llevados al dominio facho en donde se han sentido muy cómodos, cayendo voluntariamente en el garlito de querer ser como ellos asumiendo que ya no es posible otra opción y que, después de todo, el neoliberalismo no es tan malo.
No les ha ido mal.
Quienes no han dado pie con bola es esa gente de izquierda trabada en interpretaciones y extrapolaciones de teorías y experiencias, cada cual más alejada de lo real y, peor aún, de lo que la gente quiere.
Para algunos bienintencionados las teorías han devenido en religiones inmodificables a las que hay que seguir al pie de la letra, y, por cierto, las experiencias liberadoras de otros pueblos son ejemplos que hay copiar sin mucho más.
Muchos otros aborrecen las elecciones como si fueran la suma esencia de la maldad de la derecha, que posibilita y justifica el dominio, la explotación y todo lo demás.
Para un grupo pequeño bastaría irse a la montaña y esperar a que el orden caiga luego de una guerra prolongada.
Y en el extremo opuesto residen los que sueñan con fundar un partido nuevo, que, ahora sí, haga las cosas de otra manera, que supere lo viejo y malo de la política, que corrija lo que está mal e ilumine con el fresco verbo de lo diferente.
Alejado de estos desvaríos estériles, el pueblo hace esfuerzos por organizarse en la calle, el barrio, la villa, combatiendo a mano limpia la peste del narcotráfico, la delincuencia, la pobreza, el abandono y la represión del Estado.
Lejos de las traiciones, las teorías mesiánicas, el cansancio y los esfuerzos por ser como ellos, pero diferentes, late el pueblo que, en tanto espera, hace intentos pequeñitos y cotidianos.
Pero no es todo.
Hay innumerables ex de casi todo que no han dicho hasta ahora esta boca es mía.
Muchos vienen desde los heroicos tiempos de la Unidad Popular y/o cruzaron la dictadura haciendo todos los días algo para su fin.
Casi todos supieron lo que fue la tortura, la persecución, la cárcel y/o el exilio y la mayoría conserva firmes sus facultades y lealtades.
Hablamos también de quienes estuvieron en las primeras líneas en los tiempos grises y vergonzosos de la posdictadura: dirigentes sociales, estudiantiles, sindicales, artistas, intelectuales, políticos que cumplieron sus responsabilidades durante el tiempo de las traiciones y mentiras, vendido como la transición democrática.
Desconcertados, atrapados entre las expectativas creadas por la ficción concertacionista y el no saber levantar una opción, se cansaron y finalmente se quedaron en casa.
Otros, innumerables, son los dirigentes estudiantiles que sembraron las primeras experiencias rebeldes y que fueron criticados porque así no eran la forma.
Se perfilaban como dirigentes populares con futuro y que en estos tiempos de incertidumbres podrían hacer un aporte inestimable a la reconstitución de una izquierda con sentido de lo real y lo estratégico.
Hace falta retomar la iniciativa y generar instancias en las que ese enorme potencial del pueblo se exprese y esa gran experiencia acumulada sirva para aclarar el hacer y el decir y el plantear nuevas dudas.
Habría que partir por sacarse de la cabeza las formas de organización que fueron creadas en otros tiempos y condiciones e idear colectivamente nuevas articulaciones que cumplan con optimizar las luchas del pueblo y ponerlas al servicio de una estrategia de poder que se construya desde abajo y hacia el lado.
No sin antes, por cierto, asumir que los otros siempre seremos nosotros mismos.
¿Pueden Venezuela y sus vecinos sobrevivir a la guerra que ya se anuncia?,
por Thierry Meyssan
Para poder enfrentar la crisis que desestabiliza Venezuela, al igual que las que comienzan en Nicaragua y Haití, es necesario analizarla. Thierry Meyssan retoma en este artículo las tres hipótesis que tratan de interpretarla y expone argumentos en favor de una de ellas. También se refiere a la estrategia de Estados Unidos y a la manera de afrontarla.
Red Voltaire | Damasco (Siria)
Venezuela se divide hoy entre la legitimidad del presidente de la República constitucionalmente electo, Nicolás Maduro, y la del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó.
Guaidó se autoproclamó «presidente encargado de Venezuela», invocando los artículos 223 y 233 de la Constitución. Pero basta con leer ambos artículos para comprobar que no se aplican a la situación existente en Venezuela y que no es posible invocarlos para legitimar la posición que Guaidó pretende reclamar. A pesar de ello, Estados Unidos, los países del «Grupo de Lima» y ciertos gobiernos de países miembros de la Unión Europea afirman que Juan Guaidó tiene derecho a la función que pretende usurpar.
Entre quienes respaldan al presidente Nicolás Maduro, algunos aseguran que Washington está reproduciendo el derrocamiento de un gobierno de izquierda, según el modelo de lo que Estados Unidos hizo contra el presidente chileno, Salvador Allende, en 1973, bajo la administración de Richard Nixon.
Otros, luego de ver las revelaciones de Max Blumenthal y Dan Cohen sobre el historial de Juan Guaidó [1], piensan, al contrario, que se trata de una «revolución de color», como las que ya vimos bajo la presidencia de George W. Bush.
En todo caso, ante la agresión de un enemigo mucho más fuerte que nosotros es crucial identificar sus objetivos y entender los métodos que utiliza. Sólo tienen posibilidades de sobrevivir quienes sean capaces de prever los golpes que van a recibir.
Tres hipótesis predominantes
Es completamente lógico que los latinoamericanos comparen lo que están viviendo a lo que ya vivieron en el pasado, como el golpe de Estado de 1973 en Chile. Pero sería arriesgado para Washington tratar de reproducir el escenario aplicado contra Chile hace 46 años. Sería un error porque todo el mundo conoce hoy los detalles de aquella manipulación.
Al mismo tiempo, la revelación de los vínculos de Juan Guaidó con la National Endowment for Democracy (NED) y con el equipo del estadounidense Gene Sharp hace pensar en una «revolución de color», y más aún teniendo en cuenta que ya hubo en Venezuela una operación de ese tipo, en 2007, cuando terminó en un fracaso. Pero, una vez más, sería arriesgado para Washington tratar de aplicar nuevamente un plan que ya fracasó hace 12 años.
Para entender las intenciones de Washington, debemos empezar por conocer su plan de batalla.
El 29 de octubre de 2001, o sea mes y medio después de los atentados registrados en Nueva York y el Pentágono, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld creó una estructura llamada Office of Force Transformation (Oficina de Transformación de la Fuerza) cuya misión consistiría en revolucionar las fuerzas armadas estadounidenses, cambiar su mentalidad para que respondiesen a un objetivo radicalmente nuevo tendiente a garantizar la supremacía de Estados Unidos a nivel mundial. Rumsfeld puso esa tarea en manos del almirante Arthur Cebrowski, quien ya había trabajado en la creación de una red digital que abarcaba todas las unidades militares y había participado, en los años 1990, en la elaboración de una doctrina de la guerra en red (Network-centric warfare) [2].
El almirante Cebrowski llegaba con una estrategia ya elaborada que presentó no sólo en el Pentágono sino en casi todas las academias militares estadounidenses. A pesar de su importancia, su trabajo interno en las fuerzas armadas no se conoció hasta que se publicó un artículo en la revista Vanity Fair. La argumentación de Cebrowski fue publicada por su asistente, Thomas Barnett [3]. Por supuesto, esos documentos no son obligatoriamente fieles al pensamiento imperante en el Pentágono, pensamiento que ni siquiera tratan de explicar, limitándose a justificarlo. En todo caso, la idea principal es que Estados Unidos debe tomar el control de los recursos naturales de la mitad del mundo, no para utilizarlos para sí mismo sino para estar en posición de decidir quién podrá utilizarlos. Para lograr ese objetivo, tendrá que destruir en esas regiones cualquier poder político que no sea el de Estados Unidos y acabar con las estructuras mismas de los Estados en los países existentes en esas regiones.
Oficialmente, nunca se inició la aplicación de esa estrategia. Pero lo que estamos viendo desde hace 20 años coincide precisamente con lo que se describe en el libro de Barnett.
Primeramente, en los años 1980 y 1990, tuvo lugar la destrucción de la región africana de los «Grandes Lagos». Lo que se recuerda de aquello es el episodio del genocidio perpetrado en Ruanda y sus 900 000 muertos, pero el hecho es que toda la región fue devastada por una serie de guerras que arrojaron un total de 6 millones de muertos. Resulta sorprendente comprobar que, a 20 años de aquellos hechos, numerosos países de la región aún no logran restaurar su soberanía sobre el conjunto de sus territorios. Ese episodio es anterior a la doctrina Rumsfeld-Cebrowski, así que no sabemos si el Pentágono había previsto lo que allí sucedió o si concibió su plan mientras destruía aquellos Estados.
Posteriormente, en los años 2000 y 2010, vino la destrucción del «Medio Oriente ampliado», ya después de la doctrina Rumsfeld-Cebrowski. Por supuesto, es posible creer que lo sucedido en esta otra región fue una sucesión de intervenciones «democráticas», de guerras civiles y de revoluciones. Pero, además de que las poblaciones implicadas cuestionan la narración dominante de esos acontecimientos, también podemos comprobar en este caso que las estructuras de los Estados fueron destruidas y que no ha sido posible restaurar la paz después del fin de las operaciones militares. Actualmente, el Pentágono está retirándose del «Medio Oriente ampliado» y se prepara para desplegarse en la «Cuenca del Caribe».
Una buena cantidad de elementos demuestran que nuestra comprensión anterior de las guerras de George W. Bush y de Barack Obama era incorrecta y que esos mismos elementos corresponden a la perfección con la doctrina Rumsfeld-Cebrowski. Esta lectura de los hechos no es por tanto resultado de una coincidencia con la tesis de Barnett y nos obliga a revisar bajo otro ángulo todo lo que hemos visto.
Si adoptamos esta manera de pensar, tenemos que plantearnos que el proceso de destrucción de la Cuenca del Caribe comenzó con el decreto del presidente Barack Obama, emitido el 9 de marzo de 2015, según el cual Venezuela amenaza la seguridad nacional de los Estados Unidos de América [4]. Puede parecer que eso pasó hace mucho tiempo, pero no es así. Basta recordar que el presidente George W. Bush firmó la Syrian Accountabilit Act en 2003, pero las operaciones militares contra Siria comenzaron 8 años más tarde, en 2011. Era el tiempo que necesitaba Washington para crear las condiciones necesarias para la agresión.
Los ataques contra la izquierda
anteriores a 2015
Si este análisis es correcto tenemos que plantearnos que los acontecimientos anteriores a 2015 –el golpe de Estado de 2002 contra el presidente Hugo Chávez, el intento de revolución de color de 2007, la Operación Jericó en febrero de 2015 y las primeras guarimbas [5] respondían a una lógica diferente, mientras que lo sucedido después (el terrorismo de las guarimbas, en 2017) es parte del plan actual.
Mi reflexión se basa también en el conocimiento que he acumulado sobre esos elementos.
Por ejemplo, en 2002 publiqué un análisis del golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez y relataba el papel de Estados Unidos detrás de FEDECAMARAS –la organización de los patrones venezolanos [6]. El presidente Hugo Chávez quiso verificar lo que yo había escrito y envió dos emisarios a verme en París. Uno de ellos fue promovido a general y el otro es hoy una de las principales personalidades de la República Bolivariana. El fiscal Danilo Anderson utilizó mi trabajo en sus investigaciones y fue asesinado por la CIA en 2004.
Por otro lado, en 2007, estudiantes trotskistas iniciaron un movimiento contra la decisión de no renovar la licencia de RCTV, una estación de radio y televisión que transmitía en Caracas. Hoy sabemos, gracias a Blumenthal y Cohen, que en aquella época Juan Guaidó ya estuvo implicado en aquel movimiento y que recibió entrenamiento de discípulos del teórico de la no violencia Gene Sharp. En vez de reprimir los excesos de aquel movimiento, lo que hizo el presidente Hugo Chávez –en ocasión de la firma de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), el 3 de junio– fue leer a los participantes un artículo que yo escrito sobre Gene Sharp y su concepción de la no violencia al servicio de la OTAN y de la CIA [7]. Al darse cuenta de que habían sido manipulados, numerosos manifestantes abandonaron la protesta. Sharp trató de negar torpemente los hechos, escribiéndole al presidente Hugo Chávez y a mí mismo. Y logró crear cierta confusión en el seno de la izquierda estadounidense, donde era visto como una personalidad respetable y no vinculada al gobierno de Estados Unidos. El profesor Stephen Zunes asumió la defensa de Sharp pero, ante el peso de las pruebas, Sharp acabó cerrando su instituto y dejando el espacio a Otpor y al Canvas [8].
Volvamos ahora al periodo actual. Por supuesto, el reciente intento de asesinato contra el presidente Nicolás Maduro hace pensar en todo lo que se hizo para acabar con el presidente chileno Salvador Allende. También es cierto que las manifestaciones convocadas por el presidente de la Asamblea Nacional Juan Guaidó hacen pensar en una revolución de color. Pero eso no contradice mi análisis. Hay que recordar que en Libia hubo un intento de asesinato contra Kadhafi poco antes del inicio de las operaciones militares contra la Yamahirya. En Egipto, cuando los discípulos de Gene Sharp dirigieron las primeras manifestaciones contra el presidente Hosni Mubarak, incluso distribuyeron una versión en árabe del manual que ya habían utilizado en otros países [9]. Sin embargo, como lo demostraron los acontecimientos posteriores, en Egipto no se trataba de un golpe de Estado ni de una revolución de color.
Prepararse para la guerra
Si mi análisis es correcto –y por ahora todo parece indicar que sí lo es– hay que prepararse para una guerra, no sólo en Venezuela sino en toda la Cuenca del Caribe. Nicaragua y Haití también están desestabilizados.
Esa guerra será impuesta desde el exterior. Su objetivo ya no será derrocar gobiernos de izquierda para reemplazarlos por los partidos de derecha, aunque así lo indiquen las apariencias. En el desarrollo de los acontecimientos se perderán las distinciones entre esos bandos. Poco a poco, todos los sectores de la sociedad se verán amenazados, sin distinción de ideología ni de clase social.
Asimismo, los demás países de la región no podrán mantenerse al margen para escapar a la tempestad. Los que crean que lograrán protegerse sirviendo de base de retaguardia a las operaciones militares también serán parcialmente destruidos. Deben saber que, aunque la prensa raramente menciona esto, ciudades enteras han sido arrasadas en la región de Qatif, en Arabia Saudita, a pesar de que ese país es el principal aliado de Washington en el «Medio Oriente ampliado».
Según el esquema ya visto en los conflictos de la región africana de los Grandes Lagos y en el Medio Oriente ampliado, esa guerra se desarrollaría por etapas:
En primer lugar, destrucción de los símbolos del Estado moderno, con ataques contra monumentos históricos o museos dedicados a la memoria de Hugo Chávez. Son acciones que pueden no causar víctimas pero que atentan contra la conciencia colectiva de la población.
Introducción de armas y financiamiento para la organización de “manifestaciones” que acabarán en actos de violencia. La prensa dominante divulgará a posteriori explicaciones imposibles de verificar sobre los crímenes, que serán atribuidos al gobierno como actos de represión contra pacíficos manifestantes. Como lo que se busca es sembrar la división, es importante que la policía crea haber sido tiroteada por la multitud y que la multitud crea al mismo tiempo que la policía ha disparado contra ella.
La tercera etapa consiste en organizar sangrientos atentados por todo el país. Eso requiere muy pocas personas, basta con dos o tres equipos que circulen a través del país [Este esquema ya fue utilizado con éxito contra Libia y Siria.]].
Sólo entonces será útil el envío de mercenarios extranjeros. En las guerras más recientes, Estados Unidos envió a Irak y Siria al menos 130 000 extranjeros, a los que se agregaron unos 120 000 elementos armados locales. Se trata de ejércitos muy numerosos pero mal entrenados.
El ejemplo de Siria demuestra que es posible defenderse. Pero hay medidas que deben adoptarse urgentemente:
Por iniciativa del general Jacinto Pérez Arcay y del presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello, oficiales superiores venezolanos ya estudian las nuevas formas de lucha (la guerra de 4ª generación). Pero sería importante enviar delegaciones militares a Siria para que sus miembros puedan comprobar en el terreno cómo se desarrollaron los acontecimientos. Esto es muy importante ya que este tipo de guerra no se parece a las anteriores. Por ejemplo, en Damasco –la capital siria– la mayor parte de la ciudad está intacta, pero algunos barrios están totalmente devastados, como Stalingrado después de la arremetida de los nazis. Eso implica el uso de técnicas especiales de lucha.
Es fundamental instaurar la unión nacional entre todos los patriotas. El presidente debe lograr una alianza con la oposición nacional e incluir en su gobierno a algunos de sus líderes. No se trata de encontrar o no simpático al presidente Maduro. Lo que se impone en la actual coyuntura es luchar junto a él para salvar el país.
El ejército debe formar una milicia popular. En Venezuela ya existe una, con unos 2 millones de combatientes, pero no parece estar entrenada. Los militares rechazan generalmente la idea de poner armas en manos de los civiles, pero los habitantes de un barrio son los más indicados para defenderlo, precisamente porque conocen a todos sus habitantes.
Será necesario emprender importantes trabajos de fortificación alrededor de los edificios del Estado, de las sedes de los cuerpos armados y de los hospitales, en aras de garantizar su seguridad a toda costa.
Son medidas que deben adoptarse urgentemente, sobre todo porque concretarlas es complicado y lleva tiempo… y el enemigo está ya casi listo.