El video del 27 de febrero.
por Ricardo Candia Cares
Circula profusamente por Internet y muestra los primeros minutos de desconcierto e ineptitud de las autoridades el día 27 de febrero.
El 85% de adhesión no le sirvió para volar a la presidenta. No hubo helicópteros, porque no, no más. Si en vez de terremoto hubiéramos sido víctimas de un ataque extranjero, estaríamos rendidos, o con el país partido en dos.
¿La falta de apresto de parte de los militares obedeció a una conjura para saldar cuentas con los políticos y dejar en claro que, hablando de poder, ellos también tienen mucho que decir o a una simple ineficiencia? Mientras había gente muerta, desaparecida, devastado gran parte del territorio, los jefes castrenses, da la impresión que no sabían qué había pasado y mucho menos, que había que hacer. ¿Es posible tal? No se les ocurrió prender la tele o escuchar la radio. Ahí había muchas respuestas a sus interrogantes.
Un actor secundario de ese acierto histórico es Patricio Rosende, el último Subsecretario del Interior del gobierno de Bachelet. Se recordará que era frecuente verlo narrar sus incursiones en territorio mapuche en el cual desplegaba policías que mataron, torturaron, fustigaron y detuvieron a cuanto mapuche le encontraban cara de violentistas, es decir, a cualquiera.
Ahora las imágenes muestran a un encargado de la seguridad pública rascándose la cabeza, sin saber qué hacer, desorientado, inerte. Inamible, como diría El Guarén, según Baldomero Lillo.
También se ve al Ministro de Defensa. Por más que uno mire, no se puede inferir qué hacía esa noche en esas oficinas sin decir esta boca es mía, a pesar de su alto cargo, aceptando que los jefes militares dijeran, sin que se les moviera un músculo de la cara que no había pilotos, ni helicópteros, ni teléfonos, ni nada. .
Vidal debió sacar su pachorra usada para los medios de comunicación y haber mandado con viento fresco a sus generales a buscar un helicóptero con piloto incluido, y pasada la emergencia, haberlos sometido a un Consejo de Guerra.
Las imágenes son elocuentes, hablan, musitan, dicen cosas. También gritan. Ya los expertos en conducta humanas le van sacando punta y leyendo aquello que sólo es posible mediante la interpretación de los gestos y reacciones físicas. Pero no hay que ir tan lejos para llegar a conclusiones.
La primera, es que el país que esos personajes han construido en veinte años, no es lo que dicen. La esquizofrenia sostenida durante un quinto de siglo, ha particionado el alma de Chile en dos: los que tienen y los que no, los ganadores y los perdedores. Y ellos, la presidenta, sus ministros, subsecretarios, generales y almirantes, sólo han visto el mundo de los triunfadores. El otro Chile, ha estado en el punto ciego de las autoridades. A lo más, han servido para justificar leyes represivas, fundar cárceles privadas, justificar planes sociales que financiaban proyectos brujos que suponían una ayuda a los más necesitados.
El caso es que este Chile, el de los giles que viven de un sueldo y de varias deudas, para variar, fue el afectado por esa incompetencia rayana en el delito. Cuesta imaginar tanta diferencia cuando se trata de apalear, gasear, y matar a civiles que protestan. Ahí sobran pilotos, aviones y ministros chispeantes.
Una segunda conclusión. El temor de los políticos de la Concertación a los militares. Tratados con pétalos de rosas, los uniformados respondían con palabras impropias de altos mandos. La jefatura del Estado se vio en una emergencia mayúscula, desconectada del país, sin moverse, sin saber lo que pasaba, sin un mísero teléfono satelital, de esos que usa el más pichiruche de los periodistas en terreno, sin que nadie mandara a los generales a arrendar naves, y teléfonos, hacerse presente en el lugar de la tragedia por cualquier medio y a la vuelta pedirles la baja y someterlos a procesos. Pero nada.
Y una tercera conclusión. Que va siendo necesario que toda esta gente se vaya a sus negocios personales, abonados en todo este tiempo de servidores públicos y se abra paso a un proceso de democratización del país, que parta por que los que han permitido que las cosas hayan llegado a estos límites sean sometidos a procesos políticos cuando no, criminales. Sigue la vacante la necesidad de levantar una ofensiva de cambio que parta por definir un país distinto al que vivimos, en donde no sea posible lo que hoy avergüenza.
por Ricardo Candia Cares
Circula profusamente por Internet y muestra los primeros minutos de desconcierto e ineptitud de las autoridades el día 27 de febrero.
El 85% de adhesión no le sirvió para volar a la presidenta. No hubo helicópteros, porque no, no más. Si en vez de terremoto hubiéramos sido víctimas de un ataque extranjero, estaríamos rendidos, o con el país partido en dos.
¿La falta de apresto de parte de los militares obedeció a una conjura para saldar cuentas con los políticos y dejar en claro que, hablando de poder, ellos también tienen mucho que decir o a una simple ineficiencia? Mientras había gente muerta, desaparecida, devastado gran parte del territorio, los jefes castrenses, da la impresión que no sabían qué había pasado y mucho menos, que había que hacer. ¿Es posible tal? No se les ocurrió prender la tele o escuchar la radio. Ahí había muchas respuestas a sus interrogantes.
Un actor secundario de ese acierto histórico es Patricio Rosende, el último Subsecretario del Interior del gobierno de Bachelet. Se recordará que era frecuente verlo narrar sus incursiones en territorio mapuche en el cual desplegaba policías que mataron, torturaron, fustigaron y detuvieron a cuanto mapuche le encontraban cara de violentistas, es decir, a cualquiera.
Ahora las imágenes muestran a un encargado de la seguridad pública rascándose la cabeza, sin saber qué hacer, desorientado, inerte. Inamible, como diría El Guarén, según Baldomero Lillo.
También se ve al Ministro de Defensa. Por más que uno mire, no se puede inferir qué hacía esa noche en esas oficinas sin decir esta boca es mía, a pesar de su alto cargo, aceptando que los jefes militares dijeran, sin que se les moviera un músculo de la cara que no había pilotos, ni helicópteros, ni teléfonos, ni nada. .
Vidal debió sacar su pachorra usada para los medios de comunicación y haber mandado con viento fresco a sus generales a buscar un helicóptero con piloto incluido, y pasada la emergencia, haberlos sometido a un Consejo de Guerra.
Las imágenes son elocuentes, hablan, musitan, dicen cosas. También gritan. Ya los expertos en conducta humanas le van sacando punta y leyendo aquello que sólo es posible mediante la interpretación de los gestos y reacciones físicas. Pero no hay que ir tan lejos para llegar a conclusiones.
La primera, es que el país que esos personajes han construido en veinte años, no es lo que dicen. La esquizofrenia sostenida durante un quinto de siglo, ha particionado el alma de Chile en dos: los que tienen y los que no, los ganadores y los perdedores. Y ellos, la presidenta, sus ministros, subsecretarios, generales y almirantes, sólo han visto el mundo de los triunfadores. El otro Chile, ha estado en el punto ciego de las autoridades. A lo más, han servido para justificar leyes represivas, fundar cárceles privadas, justificar planes sociales que financiaban proyectos brujos que suponían una ayuda a los más necesitados.
El caso es que este Chile, el de los giles que viven de un sueldo y de varias deudas, para variar, fue el afectado por esa incompetencia rayana en el delito. Cuesta imaginar tanta diferencia cuando se trata de apalear, gasear, y matar a civiles que protestan. Ahí sobran pilotos, aviones y ministros chispeantes.
Una segunda conclusión. El temor de los políticos de la Concertación a los militares. Tratados con pétalos de rosas, los uniformados respondían con palabras impropias de altos mandos. La jefatura del Estado se vio en una emergencia mayúscula, desconectada del país, sin moverse, sin saber lo que pasaba, sin un mísero teléfono satelital, de esos que usa el más pichiruche de los periodistas en terreno, sin que nadie mandara a los generales a arrendar naves, y teléfonos, hacerse presente en el lugar de la tragedia por cualquier medio y a la vuelta pedirles la baja y someterlos a procesos. Pero nada.
Y una tercera conclusión. Que va siendo necesario que toda esta gente se vaya a sus negocios personales, abonados en todo este tiempo de servidores públicos y se abra paso a un proceso de democratización del país, que parta por que los que han permitido que las cosas hayan llegado a estos límites sean sometidos a procesos políticos cuando no, criminales. Sigue la vacante la necesidad de levantar una ofensiva de cambio que parta por definir un país distinto al que vivimos, en donde no sea posible lo que hoy avergüenza.
A ver si la izquierda se atreve.
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