La abstención lúcida es una actitud ética
de Ricardo
Candia Cares, el El Lunes, 22 de octubre de 2012 a la(s) 14:20 ·
Ricardo
Candia Cares
De pronto,
el mecanismo que ha permitido por más de veinte años que pinganillas, soberbios
y millonarios, valga el pleonasmo, muchos de los cuales debieron haber sido
fusilados por criminales, y que hoy lo determinan todo, es invocado como una
obligación de conciencia militante por parte de los mismos que forman
parte de sus numerosas víctimas.
El sistema
electoral, uno entre varios sistemas, ha facilitado que hipócritas que han
abusado de la gente con el expediente mentiroso de hacerlo todo por ella, hayan
tenido una vida tranquilla, abastecida, ajena a los sobresalto de la pobreza.
Alcaldes,
diputados, senadores y presidentes, casi los mismos siempre, han abusado de las
elecciones para perpetuarse en sus cargos desde los cuales han tratado mal a la
gente.
Algunos
rebeldes han propuesto no votar o hacerlo en blanco o nulo, cuando no haya
alternativa decente. Y de inmediato han sido sometidos a singulares ataques
sólo comparables con los debidos a los más irrespetuosos sacrílegos, o a la
ofensores más obscenos.
Y, cosa
curiosa, en esta cruzada han coincidido en alarmas, amenazas y énfasis, sujetos
tan disímiles como el panel de Tolerancia Cero, el Ministro Vocero, el INJUV,
y cuarenta y cinco dirigentes y ex dirigentes estudiantiles, además de
algunos militantes disciplinados.
¿Pero, por
qué ecuación siniestra se llega a la conclusión que votar nulo, blanco o no
votar es votar por la derecha?
Debe ser el
miedo transversal que aflora al ver en riesgo la sobrevivencia del sistema, de
concretarse un sabotaje a las elecciones, cuya importancia es sólo comparable
con la exigencia impuesta por la naturaleza por copular para el efecto de
reproducir a la humanidad.
Aunque de
ser equivalentes ambas obligaciones, reproductoras de ambos sistemas, sería
necesario tener con respecto de quien copulemos o votamos algún tipo de
sintonía. ¿O dará lo mismo?
¿Si hay
gente que llama a votar, y eso es legítimo, por qué llamar a no votar no lo
sería?
Tanto llamar
a votar, como no hacerlo son conductas perfectamente legales y legítimas,
pero ¿cuál de las dos contiene un mayor nivel de perversión, de peligro o
desprestigio si se considera que ha habido innumerables elecciones en los
últimos veinte años y todo no sólo ha quedado igual, sino peor? Nadie ha podido
explicar por qué los mismos de siempre harían ahora algo distinto a lo hecho en
veinte años.
Se intenta
instalar la idea que los abstencionistas tienen en su llamado una carga
no democrática inadmisible. ¿Despreciar el sistema no es acaso una opinión
política para denunciar la falta de legitimidad democrática de un sistema,
partidos, instituciones, leyes, que todos dicen está en crisis?
Intentando
revertir la peligrosa tendencia abstencionista, creativos de izquierda
chantajean incautos utilizando al presidente Allende: él votaba, ustedes, que
dicen honrar su recuerdo, no lo hacen.
¿Será así?
¿Es posible extrapolar la conducta del presidente en esta hora? ¿Allende
estaría más cerca de Eloísa González, estudiante, 17 años, rebelde, mujer y
lesbiana, o de Andrés Velasco, Ministro castigador de trabajadores, neoliberal
confeso, derechista de primera línea?
Otros, con
los pies más apegados a la tierra, dividen sus apoyos electorales en Pedro Juan
y Diego con la vista puesta en las elecciones parlamentarias que se avizoran en
lontananza. Esperan, divinos inocentes, que llegado el caso esa trilogía les dé
su apoyo en nominaciones y votos.
Pero no en
todos los casos es compresible no votar, hacerlo en blanco o nulo. No vale lo
mismo votar, digamos, por un pederasta por demás sospechoso como Hernán Pinto
en Valparaíso, que hacerlo por Jorge Bustos, honesto y luchador dirigente de
los trabajadores portuarios.
Como no
puede ser lo mismo votar por Carolina Tohá en Santiago, excepcional
representante del statu quo filo derechista de la Concertación, que hacerlo por
Josefa Errázuriz en Previdencia, dirigente social, dignísima representante de
quienes la eligieron como candidata.
Las
diferencias, salvado el capítulo de la decencia, lo impone también el método en
que se llegó a esas candidaturas. No es lo mismo la imposición de un candidato
mediante la maquinaría partidista gastada, oxidada, despreciada por la gente,
que mediante la participación democrática de esa misma gente.
A la
derecha, en sus versiones sin grasa y entera, le va a ganar la gente cuando sus
representantes decidan pasar por sobre la maquinaria indecente de la
partidocracia que lejos de representar al pueblo, intenta sustituirlo.
A la derecha
no se le va a ganar aliándose con una expresión de ella, representada por
sujetos que se sacarán el disfraz de izquierdistas una vez sentados en
sus sillas. Entonces se olvidarán de esas cosas estrafalarias, y volverán a su
personalidad original.
No votar, o
hacerlo en blanco o nulo, como una forma de entregar una visión crítica del
país, una opinión política y ética fundada en razones profundamente humanas,
como desprecio de la gente a todo lo que huela a arreglín, negociado o táctica
de posicionamiento para lo que viene, es una conducta legítima.
La jornada
del domingo debe ser un buen momento para avizorar lo que viene. En el mejor de
los casos el rechazo de la gente a la montonera en que sea convertido el
sistema de partidos, debería reflejarse en los votos. Y en los estudiantes y
quienes los acompañen, en proponerse subir el escalón que hace falta:
transformar el movimiento social en un contendor legítimo en las elecciones que
vendrán.
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