La izquierda lleva mucho tiempo abandonando a la clase trabajadora
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Raúl Solís
Daniel Bernabé, autor de 'La trampa de la diversidad', ha estado en Andalucía presentando su libro en Sevilla y Córdoba, convertido en el ensayo político más polémico y leído del año
Daniel Bernabé (Madrid, 1980) ha publicado ‘La trampa de la diversidad’, el ensayo del año que señala directamente a la izquierda por haber abandonado a la clase trabajadora como sujeto político unitario para centrarse únicamente en las políticas de la diversidad.‘La trampa de la diversidad’, editado por Akal, va ya por su sexta edición, algo fuera de lo normal para un ensayo sobre política. “Esto quiere decir que la gente estaba esperando una respuesta, abrir un debate sobre este tema”, responde Bernabé cuando se le pregunta a qué se debe el éxito.
Dentro de la gira que lo tiene viajando por España, Bernabé ha estado en Sevilla y Córdoba presentando un libro que ha provocado reacciones en el seno de la izquierda, no siempre amables, y que hace preguntas incómodas tanto a activistas de la diversidad como a los políticos de izquierda que se han desprendido de la clase trabajadora que, para Daniel Bernabé, es la identidad capaz de crear un sujeto unitario y transversal con el que la izquierda podría avanzar frente a los grandes peligros actuales que amenazan la democracia: el neoliberalismo y la ultraderecha.
¿Es la clase trabajadora una identidad arrumbada en los museos de la nostalgia?
La clase trabajadora es fruto de la producción. Ya no hay tanta gente trabajando en centros de producción de 3.000 personas, sino que nos estamos atomizando y al final esto acaba teniendo un correlato cultural, identitario. El problema está cuando se habla de la clase trabajadora como una especie en extinción y acabamos por reducirla a una identidad, como si hubiera grupos diferentes de la diversidad y uno de ellos fuera la clase trabajadora.
¿A qué se debe que la gente que depende de un salario para vivir no se perciba como clase trabajadora?
Uno es la cantidad de pantallas culturales que se nos colocan por delante. En casi ningún espacio de entretenimiento aparece reflejada la clase trabajadora. Es muy difícil saber quién eres cuando no te ves reflejado en ningún lado. Por otra parte, la propia izquierda lleva mucho tiempo abandonando el sujeto político tradicional. Y si a esto le sumamos un cierto éxito de la clase media aspiracional, tenemos el factor perfecto para que no se produzca esa identificación.
¿Son el feminismo, los movimientos raciales, el animalismo o la diversidad sexual y otras luchas posmodernas un caramelo para el neoliberalismo?
De las diferentes cuestiones que me citas, hay algunas que tienen más importancia que otras. Lo esencial no son las luchas en sí misma, no hay ninguna lucha posmoderna o afín al neoliberalismo. A mí me parece que es necesario y respetable que la diversidad sexual busque sus derechos civiles, la cuestión es cuando esas luchas tienden hacia lo individual en lugar de hacia la acción colectiva. Sobre todo por obviar la relación que tienen con el sistema económico y la producción.
Nadie es marginado por una maldad intrínseca del sistema, sino porque en un determinado momento se ha necesitado marginar a ese colectivo. Entonces, cuando se olvida la relación que tiene un colectivo con la materialidad de su marginación u opresión, al final tenemos que ese tipo de luchas acaban atomizándose dentro de ellas mismas, siendo así un factor desestabilizador para buscar un sujeto político mucho más mayoritario y unitario.
Parece que cuando se habla de clase obrera estamos hablando de un hombre mayor, heterosexual, blanco, cis, que fuma tabaco negro y que trabaja en una mina o en la metalurgia.¿Qué ha pasado para que la imagen de la clase trabajadora se haya convertido en una caricatura?
Esa caricatura procede, por una parte, de la propia izquierda más nostálgica que no supo intuir los cambios en la producción y se ha seguido refugiando en aquellos sectores más fabriles, que cada vez tienen menos peso en la economía. Y por otro lado, y lo más importante de entender, es como otras identidades políticas se han subido sobre la identidad de clase, por la desaparición de ésta, y que ahora nadie se plantea ser clase trabajadora pues ésta adopta una identidad clásica, la fabril.
¿Fue el 15M una expresión de malestar de la clase trabajadora?
El 15M fue una crisis de representación. Había una serie de ansiedades democráticas, que todo el mundo había asumido como ciertas después de 40 años del Régimen del 78 y, de pronto, todas las certezas se destruyen porque la crisis lo deja todo al descubierto. Aunque se habló de ciertos problemas sociales, la respuesta del 15M era de representación y de ahí el lema ‘No nos representan’.
Alberto Garzón ha criticado con dureza su libro asegurando que su tesis llevaría a la izquierda a la marginalidad.
El gran problema es que hemos reducido la política a una especie de narración aritméticas y pensamos que decir una cosa u otra nos va a llevar al éxito o al fracaso. La cuestión es entender que lo que ha llevado a la izquierda a ir perdiendo posiciones es jugar a esta atomización, el haber intentado contentar a un campo cada vez más diverso pero menos homogéneo. Pretender construir un sujeto político desde la pluralidad está bien, pero intentar hacerlo desde la atomización lo que nos lleva es que al final tenemos que contentar a identidades que compiten entre sí. Y así es imposible encontrar una política coherente.
¿Cree que Podemos podría haber conseguido atraer a las clases medias y jóvenes con un discurso obrerista que tuvo a IU durante muchos años en la marginalidad política?
IU nunca tuvo un discurso obrerista. Si miramos las campañas electorales de los últimos 25 años de IU, en lo que es la estética, la fraseología, la narrativa, es muy parecido a Podemos. Si Podemos tuvo un gran éxito no dependió de las cosas que decía, sino de que era un contexto muy diferente, un proyecto que se percibía como nuevo y unos líderes que no tenían manchas. Si Podemos tuvo algo rompedor fue el hecho de que sí parecían enfrentarse a las élites económicas.
Critica con dureza que Podemos está conformado por los hijos de los secretarios de Estado de los gobiernos de Felipe González. ¿Es incompatible hacer políticas a favor de la clase trabajadora con ser hijo e hija de las clases acomodadas?
Si bien es cierto que hay muchos cargos de Podemos que vienen del alto funcionariado progresista de España, es verdad también que muchos otros cargos y las bases no proceden de ahí. El gran problema es que la propia experiencia de los individuos acaba conformando su manera de percibir el mundo. El problema de fondo es que muchos de estos dirigentes no han tenido nunca un conflicto vital, personal, y no saben lo que es una cierta privación, por eso sus políticas a veces derivan en el pactismo. Ahí tenemos a Iñigo Errejón casi pidiendo perdón por haber cuestionado el Régimen del 78.
Si Margaret Thatcher fue la figura que comenzó a fragmentar la clase trabajadora en Reino Unido, ¿quién, cómo y cuándo se comenzó el desguace de la identidad de clase trabajadora como sujeto político en España?
A un nivel material y laboral, sin duda, Felipe González fue el encargado de trocear la industria española y los sectores productivos a petición de las élites del proyecto de construcción europea. Luego lo que ocurre es que, tanto en la época de Aznar y Zapatero, una vez hecho el trabajo de carnicería gorda por Felipe González, se produce el trabajo fino, como el de ir creando una identidad de clase media aspiracional donde al final nadie era clase trabajadora, aunque seguíamos siéndolo de forma más precaria pero nos percibíamos ya como otra cosa. Con el ladrillazo, primero con Aznar y luego con Zapatero, sufrimos un proceso de transformación de la identidad política española.
¿El boom inmobiliario transformó a la clase trabajadora?
Sin duda. La transformó incluso a un nivel moral. Además estuvo unido con la llegada de la primera inmigración, por entonces latinoamericana y del este de Europa, que sirvió para crear una ciudadanía diferente, de segunda, que tenía los peores trabajos que nadie quería aquí. Eso fomentaba aquella sensación de que éramos algo más.
¿Cree que el feminismo y el movimiento LGTB hubieran conseguido la mitad de las conquistas que han alcanzado hermanados con unos partidos de izquierdas donde eran tan rechazadas sus demandas como en los partidos conservadores?
Yo no tengo muy claro que la izquierda rechazara las propuestas del feminismo y del movimiento LGTB. Gran parte del feminismo es coactado por el PSOE desde los años 80. Con el tema LGTB pasa lo mismo desde los 90, que es asumido tanto por el PSOE como por IU. No creo que la izquierda en las últimas décadas haya rechazado el feminismo y a las minorías. Al contrario, yo creo que los integró bastante bien hasta el punto de que era una forma de rehuir un poco la falta de proyecto económico que tenían, una vez que perdieron la transformación social como objetivo y se centraron en las políticas de la diversidad.
Muchos activistas de la diversidad están atacando con excesiva dureza su libro, ¿qué tecla cree que ha tocado para haber provocado reacciones que rozan la violencia?
Cuando alguien cree que tiene las respuestas y otro le pone delante un espejo que le devuelve una imagen que no le gusta, porque le plantea nuevas preguntas, eso puede crear incomodidad, rechazo. Para la hostilidad hace falta un siguiente paso, que es, algo que yo digo en el libro, cuando nuestra identidad personal no viene de una actividad política común, grupal, sino que viene de nuestra narración ante nosotros mismos.
La última polémica identitaria que ha ocurrido es la del humorista Roberto Bodegas donde los asociaciones de gitanos han sido bastante contundentes.
A mí me parece normal. Alguien hace un monólogo de claro tinte racista y es normal que la gente se defienda, yo no tengo ningún problema con eso. El problema es cuando todo debate político queda reducido a eso; porque, que yo sepa, por desgracia, los problemas materiales que tiene el pueblo gitano, de vivienda, de educación, de acceso al trabajo, no son portada nunca. Sin embargo, pasa a un primer plano un chiste racista y queda reducido todo a una polémica. Así parece que si matamos a un humorista solucionamos los problemas del pueblo gitano, cuando sabemos que no es cierto.
Sostiene que los movimientos de la diversidad compiten entre sí hasta fragmentar hasta límites insospechados los sujetos políticos. ¿Qué quiere decir?
Lo que intento explicar es que debido a que el neoliberalismo promete que nuestro yo va a ser el centro de la sociedad, que la sociedad no existe, lo único que hay es una suma de yoes. El problema es que, paradójicamente, cada vez nos parecemos todos más. El neoliberalismo nos ha homogeneizado, justo aquello que tenía miedo de que lo hiciera el mundo socialista. Así, para que tu identidad sea más fuerte tienes que hacer que la identidad de al lado sea más débil. En este contexto, donde todo compite, permanentemente se producen competiciones entre identidades. Sólo así se puede entender que el movimiento LGTB o el feminista tengan en sus senos fricciones importantes como las que se dan.
¿Y la izquierda no ha tenido y tiene fricciones?
Claro que la izquierda ha tenido divisiones, pero eran divisiones por la representación de la totalidad. Es decir, se peleaban porque querían representar a la totalidad del movimiento obrero. Ahora es todo lo contrario, se tiende hacia la fragmentación permanente.
Alerta también de que las políticas de la identidad desgajadas de las causas materiales es gasolina para la ultraderecha
Cuando las políticas de la identidad se escinden de los hechos económicos, del trabajo, de la vivienda, de los asuntos materiales, acaban siendo susceptibles de ser utilizadas por diferentes tendencias políticas. El principal problema, sobre todo, es que al carecer de un sujeto político como teníamos antes, una clase trabajadora fuerte, la ultraderecha está creando un sujeto político unitario y transversal mientras a la izquierda le ha pillado con el pie cambiado.
¿Qué opinión le merece el movimiento alemán En Pie, surgido en el seno de Die Linke, que defiende que la izquierda debe abandonar las políticas de la diversidad y que está siendo muy atacado dentro de la propia izquierda porque, según dicen quienes lo critican, le lava la cara a la ultraderecha europea?
Al final tenemos un problema, es que parece que el gran peligro es el rojopardismo, como ahora les gusta decir a los columnistas neoliberales que son expertos en inventar etiquetas. El problema que se les plantea a estos columnistas es que estamos situados donde no querían estar, frente a unas preguntas que les son incómodas y que es cómo es posible que la ultraderecha sí esté haciéndole caso a unos problemas, aunque sea de forma falsa y mezquina, y la izquierda parece que no tiene proyecto.
La amenaza no está en que haya una izquierda de carácter nacionalista, en el sentido nacional de izquierdas, el problema está es que nos quieren hacer optar entre el neoliberalismo y la ultraderecha. Las propias élites europeas que han provocado las condiciones económicas para el auge de la ultraderecha se erigen en la medicina contra este peligro.
Fuente: La Voz del Sur