La izquierda enojada
Ricardo Candia Cares
Digamos de entrada que hay una izquierda que quedó muy enojada por la elección de Gabriel Boric. Y, como resulta obvio, una muy contenta por lo mismo.
Ese enojo hace que esa izquierda molesta exija al próximo gobierno de Boric hacer cosas a las que no se comprometió o que cambió en el tránsito que va desde el primer programa de gobierno y el último.
Todos sabemos de la metamorfosis que debió sufrir la oferta y el lenguaje político de Boric y su equipo al momento de negociar apoyos. Si se compara lo que decía el mismo presidente electo respecto de algunos de sus socios actuales en el no tan remoto 2011, las diferencia son notables.
Es que, como se sabe, con guitarra siempre la cosa ha sido otra.
En este escenario la izquierda enojada podría hacer algo mejor que rascar donde no pica: proponerse construir un instrumento político que le permita acceder al gobierno en un futuro no lejano para, ahora sí, cambiar aquellas cosas que le parecen no fueron consideradas por el gobierno recién electo.
¿O siempre son otros los que deben hacer esas cosas?
En ese sentido no sería mal ejercicio emular lo hecho por Boric y sus compañeros, quienes hace solo diez años eran dirigentes estudiantiles que encabezaron las movilizaciones estudiantiles de entonces.
¿Será muy difícil? Al parecer no.
Una de las grandes falencias del próximo gobierno de Gabriel Boric es su falta de cercanía y comunicación con la gente movilizada, con el pueblo llano y si se quiere con lo que estalló en ese octubre de leyenda. Y sobre todo con la izquierda enojada.
Enfrentados a constituir un gobierno, instancia en que las cosas son como son y no como las soñamos, creemos, deseamos, especulamos, han debido negociar apoyos y morigerar el lenguaje.
Ese gobierno, luego de decenios del imperio de una cultura inhumana y egoísta, no será precisamente miel sobre hojuelas.
Sobre todo, si se intenta hacer cosas diferentes a la que se han venido haciendo. Aunque sea en la forma.
Es cierto.
Un gabinete con catorce mujeres, con niños revoloteando, con cierto desorden que desafía la grisura fome y empaquetada del patriarcado y los poderosos, con un presidente que no especula con ese empalagoso 24/7 que encubre toda la falsía derechista, avisa que se verán actuaciones que ofenderán los ojos de los cursis y pechoños.
¿Ya es algo? Sí.
Pero otra cosa es creer que ese desenfado que hace tan bien, será sostén de cambios estructurales como se dice cada vez menos, porque para eso se necesita mucho más que tatuajes y pañuelitos en los puños.
Es cierto.
Estos hechos que permiten sostener que, efectivamente, se perfila un cambio de ciclo reforzado por el fracaso de la fórmula neoliberal vista desde la precariedad de la vida de mucha gente, incluso de aquella que vive remedando una bonanza financiada por un crédito que paga el anterior, que a su vez pagó varios otros, en una espiral trágica que los acompañará hasta el día del juicio final.
Pero no es menos cierto que deconstruir el tinglado ultra capitalista que incluso niega sus propias formulaciones teóricas y se transforma en un tipo de dictadura de los poderosos afianzados en una institucionalidad hecha a imagen y semejanza de su egoísmo, es otra cosa que va más allá de paridades, desenfados y mayo casera.
Y para decir las cosas tal como son, en ninguna parte del Programa de Gabriel Boric está planteada la deconstrucción del neoliberalismo. Por lo menos no en la versión definitiva.
Cierto que alguna vez se habló, por ejemplo, de desneoliberalizar la educación, pero ya no es posible encontrar tamaña proposición. En educación no se hará mucho más que mejorar la inercia para seguir lo que se viene haciendo.
El aporte histórico que puede hacer el gobierno que viene se relaciona con que genera una fisura en el convencimiento instalado en el subconsciente de mucha gente para quienes la actual cultura es inexpugnable. Pero no mucho más.
Entonces se abre en este período una oportunidad irrepetible para la izquierda enojada para elevar una apuesta con algo más de horizonte.
Para el efecto, debería dejar de exigir a Boric cosas a las que no se ha comprometido y que con su exiguo apoyo popular, recordemos que los votos que lo eligieron tienen una componente anti facho que pesa mucho en la cifra final, no podría realizar.
Un proyecto político que se proponga la deconstrucción neoliberal, es decir, la construcción de un país basado en otra lógica más humana y respetuosa con la vida será necesariamente de una mayoría que se disponga a luchar por ese proyecto político de corto, mediano y largo plazo, lo que hoy no ve por ningún lado.
No se trataría solo de competir por el poder político formal, sino de construir un poder desde la gente y sus vidas mediante la articulación de sus organizaciones que se propongan acceder a todo los espacios de poder que el orden democrático permite.
Es decir, se trata de un pueblo movilizado, estado cuyo significado más profundo se relaciona con aquella idea que es capaz de seducir a una gran mayoría, y dispone su esfuerzo, sacrificio y alegría en la construcción de un poder que nace de la vida misma de la gente común.
La instalación del próximo gobierno, chascón y de gente joven, y una posible Constitución que niegue mucho de los fundamentos neoliberales, abre opciones que deben superar la crítica a Boric, su programa y equipo ministerial, así sea justificada y necesaria.
Esas nuevas condiciones objetivas exigen que la izquierda salga de su enojo y parta por lo más importante en política como en la guerra: saber quién es el enemigo al que tiene que enfrentar.
El neoliberalismo impuesto a sangre y fuego por la tiranía y perfeccionado por la exConcertación y la derecha, ha fracasado en sus ideas de libre competencia, descentralización, orden, vida segura, premio al esfuerzo y a la constancia, rol regulador del mercado, libertad para elegir, propietarios y no proletarios, etc.
Un fracaso en toda la línea.
Los primeros en traicionar cada uno de los principios que harían de Chile un país desarrollado en un par de decenios fueron sus principales ideólogos y sostenedores: la irresistible y patológica necesidad de ganar dinero más allá de lo racional, terminó por demostrar la falacia del libre mercado, de la competencia, de la libertad de la gente y de toda esa fanfarria fraudulenta.
Para superar esa cultura férreamente instalada en la gente, la izquierda enojada debe partir por un ejercicio sine qua non: en esa idea entramos todos o nos preparamos para el nunca más definitivo.
La búsqueda del compañero/compañera químicamente pura, que no guarda mácula reprochable, cuya historia es la consecuencia pura, cuya firmeza cromática lo ha dejado rojo desde y para siempre, sin atisbo de debilidad o duda, ojalá que sea pobre y mal vestido, es uno de los más grandes obstáculos para emprender un proyecto grande y bonito.
El desmontaje del neoliberalismo, un proceso que tomará mucho tiempo, va a necesitar de todo aquel que manifieste su compromiso con un proyecto de corto, mediano y largo plazo, asentado en las más amplia y variopinta mayoría del pueblo y que salga de la elaboración colectiva de millones en un proceso movilizador, querendón y alegre.
Un proyecto de izquierda o es impulsado por una abrumadora mayoría o jamás será.
La idea de la persona que es de izquierda se ha desdibujado al extremo de que, si el compañero/compañera no se parece a uno mismo, no es.
Sobre todo, si no está enojado.
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