por Ricardo Candia Cares
Nuevamente el espectáculo viene del lado izquierdo del circo.
Como si se tratara de una costumbre con fuerza de ley, el PH se deshace de sus aliados del PC, como quien arroja de costado un papel viejo. El oportunismo, celebrado en el caso de algunos delanteros del fútbol profesional, esta vez muestra su mejor expresión. Los humanistas se dan cuenta que el proceso que culminó con la elección de Jorge Arrate como el candidato presidencial de esa ficción llamada JPM, no era tan democrático, el acuerdo no tan acordado, que esa forma de luchar contra la exclusión era excluyente, que el candidato de esa izquierda no es tan de izquierda y que todas las muestras de confianza y camaradería que se decían, no eran sino una puesta en escena lamentable, cínica, inservible y rastrera.
Como si fuera poca cosa el espectáculo de colaborar frenéticamente con la Concertación mediante el excluyente pacto que intenta llevar al parlamento a los dirigentes del PC. Decenas de militantes comunistas han hecho pública su renuncia al padrón de ese partido. Denuncian que la dirección comunista se aleja a pasos agigantados de sus principios fundantes y se acerca, haciendo gala de un cariño inédito, a las posiciones de la Concertación, hasta ayer motejada como un engendro del capitalismo y sus males.
Esta misma semana se ha sabido de la inscripción del partido MAS en el servicio electoral, lo que reforzaría la candidatura de su abanderado, el senador Alejandro Navarro, quien tuvo la gentileza de asistir a un evento organizado por Agustín Edwards, el decano de los golpistas chilenos.
Mientras tanto, el pueblo de izquierda mira ya sin asombro, estos espectáculos inútiles que no son capaces de ofrecer nada distinto contra el sistema que ha sido capaz de amaestrar a sus enemigos principales y los tiene comiendo en sus manos. El espacio para una opinión distinta que ofrezca desde la izquierda una idea nueva de país, simplemente está desierto. La renuncia de la izquierda formal, de toda ella, a levantar la causa de la indignación cotidiana contra un orden que la produce en cada paso, avergüenza.
La izquierda formal renunció a ser la voz de los que no hablan porque no pueden, ni tienen dónde, ni cómo. La expectativa de un silloncito y sus comodidades asociadas, les activa los jugos gástricos y la imaginación, dejando a un lado la incomodidad de la memoria, los principios y la realidad de los perdedores de siempre.La izquierda formal, que alguna vez encarnó las esperanzas de millones y era capaz de poner en movimiento la energía tremenda de la gente en pos de utopías inalcanzables pero que hacían caminar, se ha adormecido con los cuentos contados en susurros térmicos por los dueños del botín. La izquierda formal es responsable por inacción de que el mundo vaya de mal en peor. Acomodándose paulatinamente nadie sabe si por conveniencias estrictamente personales, por la intromisión de los servicios de seguridad entre sus cuadros, por la aplicación exhaustiva de los lineamientos de los documentos de Santa Fe o de todas las anteriores, ha abandonado el campo de la lucha y el significado de la palabra compañero. Las cosas siguen andando sin tropiezos para los gestores, administradores, guardianes y promotores de un sistema que tiene al mundo al borde la asfixia, sin que los que podrían, den una opinión distinta. Hay una sensación de rendición incondicional, de abandono. Los viejos cuadros que alguna vez dirigieron la pelea brava, hoy esperan alguna jubilación que les permita rumiar recuerdos en los bancos de las plazas. Y que se sepa, cuadros nuevos no hay. Se comienza a pensar que quizás, después de todo, el sistemita no es tan malo si se le hacen ajustes aquí y allá. No hace falta ir muy lejos para observar los efectos del modelo que ahora se blanquea con la incorporación de quienes eran, hasta ayer no más, sus enemigos jurados. Superar la exclusión que vive hace casi cuarenta años el pueblo por la vía de obtener algunos asientos en el parlamento, es una falacia. Pretender que es posible cambiar desde adentro el sistema, sería monumental, si fuera ingenuidad. Pero más parece cálculo, simple y terrenal.
Se han arriado las banderas de la indignación y proponer la idea de un país y un mundo distinto pasó ser propio de idealistas desubicados. Se ha optado por ponerle buena cara a los que dan y quitan escaños y cupos. Hasta ahora, la movilización, esa manera de conmover a las mayorías, parece una ilusión que no tiene cabida en estos tiempos. Este sistema político está hecho para resistir disenso internos, pataletas, díscolos, divisiones, transferencias, traiciones y cogoteos. Pero ningún sistema, por muy afincado que esté en la fuerza o en la costumbre, ha podido jamás resistir una buena rebelión de la gente.
Las cosas comenzarán a de ser distintas el día en que la gente recupere el sentido de la autoestima y la vergüenza, se haga sentir como mayoría y decida echar afuera la indignación que ya tiene guardada hace demasiado tiempo.
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