por Ricardo Candia Cares
El miércoles, 22 de julio de 2009 a las 15:09
Algunos diputados de derecha han propuesto que los padres de aquellos niños delincuentes que aparecen todos los días en la televisión, una epidemia que sufre la propiedad privada, sean quienes asuman la responsabilidad penal o civil de las gracias de sus pequeños. Se busca, por esa vía, disminuir los atentados contra lo establecido cometidos por las personitas que aún no superan la enseñanza básica y ya andan, pistola en mano, redistribuyendo a su modo el ingreso.
Algunos diputados de derecha han propuesto que los padres de aquellos niños delincuentes que aparecen todos los días en la televisión, una epidemia que sufre la propiedad privada, sean quienes asuman la responsabilidad penal o civil de las gracias de sus pequeños. Se busca, por esa vía, disminuir los atentados contra lo establecido cometidos por las personitas que aún no superan la enseñanza básica y ya andan, pistola en mano, redistribuyendo a su modo el ingreso.
La imaginación de los estos sinvergüenzas con fuero parlamentario, responsables directos del fenómeno de los niños tragados por las fauces del crimen a temprana edad, es encomiable. Marginándose de la responsabilidad que tienen en la entronización de un sistema que condena al pobre a ser mano de obra barata, sospechosos de todo y potencial habitante de las cárceles, quieren actualizar la política que ayudaron a implementar en sus glorioso tiempos de dictadura: la represión en sus más imaginativas formas.
Las alarmas que se encienden cada vez que es capturado un menor robando, tienden a proponer soluciones radicadas sólo en el ámbito de la represión. Como si los niños, sus padres y sus abuelos tuvieran en sus manos corregir los efectos naturales de un sistema en que los ladrones de alto vuelo andan en Mercedes Benz y se visten en Armani. Para estos genios de la represión, la vida de delincuente se elige como quien resuelve la carrera universitaria.Para las expectativas de los frescos que han dirigido y dirigen el país, la idea sería una sociedad con los ganadores de siempre, con los mismos pobres desechables de siempre, pero con estricta prohibición de robar para estos últimos. O, en su defecto, con un estado tan eficiente en la tarea de perseguir, encarcelar y castigar, que la sola idea de tomar lo que no les corresponde amerite tal sanción que a nadie le den ganas.
Los encargados de mantener a raya a los ladrones de baja monta seguirán haciendo leyes que hagan pagar caro la competencia desleal de los desheredados. La imaginación de estos enemigos de los pobres no quiere descansar hasta disminuir a límites cada vez más cercanos a cero a los pendejos que asuelan las casas de los ricos. Se trata de vivir en un paisaje que no tenga la vergüenza de mostrar desamparados propios de países con carencias.
Como si ya no fuera suficiente castigo haber nacido en un barrio de pobres, con una salud de pobres, con una educación de pobres y un destino de pobres cuyas variantes van desde la resignación a la muerte prematura, pasando por el delito, la droga, la cárcel. Para los autores, encubridores y cómplices de estas soluciones, no son datos de la política la sobreabundancia de gansters en miniatura. Para los precursores de este país de maravillas, son datos de las estadísticas nacidas de la mala suerte. La ola de delincuentes infantiles requiere según los que mandan, mano dura hasta la tercera generación. Como si tamaña solución fuera de verdad algo que pudiera revertir las cifras, devolver lo robado, resucitar a los que han muerto.
Se olvidan que, sin ir más lejos, la televisión da clases diarias de cómo hacer dinero de la manera fácil. Cada imagen con alto rating enseña lo que nadie puede llegar a ser con un trabajo de ocho horas. Los espejos que muestran en la tele, los ganadores, los triunfadores, son con seguridad fortunas hechas con más marullos que con el sudor honesto de la frente. Debe ser muy escasa la fortuna honrada en este país de movidas, compadres y cogoteos. Por la pantalla chica, con millones de seguidores al día, se celebra el ocio y la estupidez como roles a emular. La marca de la ropa, del auto, la fastuosidad de la casa y la silicona de la amante, son las mejores medidas para saber cuánto éxito se es capaz de tener.
Resulta inexplicable que se equivoquen quienes en la derecha, y algunos de más acá, se oponen al a píldora del día después. Distribuidas con profusión en las poblaciones marginales vendría a ser una buena solución para quienes quieren ver despejadas las calles de bandas de niños delincuentes. Prevenir el nacimiento de niños que apenas se paran de gatear y ya son capaces de soportar los seiscientos gramos que pesa una 38, y quedan en condiciones de atacar la sacra propiedad privada, debiera ser una política de estado de la primera prioridad. O, una vez nacidos, simplemente tirarlos al río amarrados en un saco La sociedad se ahorraría unos cuantos dolores de cabeza, los ricos esos incómodos gastos en sistemas de alarmas y seguros y los consiguientes malos ratos.
La lógica facha de creer que todo se resuelve por la vía del azote, debiera reponer la discusión de la gente decente respecto del tipo de país que es necesario para que los recién egresados del parvulario no anden resolviendo por su propia mano lo injusto de la vida. Pero no se puede porque en el horizonte se divisan las elecciones.
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