La DC al Gobierno de Piñera y el PPD y el PS un solo partido, entre otras réplicas.
por Ricardo Candia Cares
De una vez por todas una parte de lo que fue la Concertación debería emigrar al gobierno de Piñera, y la otra refundar la coalición integrando a los que alguna vez se fueron y a otros que miran desde la cornisa.
Del mismo modo en que las placas tectónicas se mueven y empujan unas sobre otras hasta quedar más o menos cómodas, el sistema político expuesto a la crisis que significó, para unos perder el gobierno y, para otros un lío innecesario, debiera tender a una estabilidad relativa de aquí a poco. Bastará que las contradicciones internas del gobierno se vayan agudizando por la vía de exigir, algunos más protagonismos y otros, más fundamentalismo para que las cosas decanten.
Como se ha visto, grandes diferencias con lo que venían siendo los gobiernos de la Concertación, no ha habido. Salvado el caso de las principales responsabilidades, Piñera ha gobernado con muchos altos funcionarios que viene de la anterior administración. Y se han sentido ambos, gobierno y funcionarios, de lo más cómodo. Piñera viene con el vuelo de las leyes del gobierno anterior y se le ve de lo más bien. Da la impresión que fueron hechas a su medida.
No está de más hacer referencia a la sintonía, no sólo de ahora, sino que desde siempre, tienen muchos connotados concertacionistas con las ideas motoras del nuevo gobierno. A veces se olvida que Piñera es parte de esa cultura democratacristiana que da para un barrido y un fregado. Recordemos que ese partido ha sido capaz de albergar a golpistas cómplices y encubridores de los crímenes de la dictadura y a humanistas que han estado por la causa de los más desposeídos.
Luego, sería un gesto de honestidad gratificante que el sistema dé, nuevamente, una demostración de auto organización distribuyendo la carga en forma homogénea de modo que no haya desequilibrios peligrosos. En este sentido, resulta muy de mal gusto que por razones tan baladíes como el matrimonio, se generen complicaciones extra, como si las que existen fueran pocas. Teniendo a la vista las soluciones para dar curso apropiado a la dinámica que ordena las cosas, sólo queda que el PS se case con el PPD, inaugurando un tiempo federativo, o que Tohá se divorcie de Rossi, inaugurando otra de solteros.
Tarde o temprano, sería una movida estratégica definitiva, las directivas de esos partidos deberían considerar desposarse ante las leyes que fueran necesarias. La señal unitaria que se podría dar al país sería potente. Así, la mecánica del sistema de partidos renovaría sus ímpetus y morfologías y en ese envión podría incluir a la otrora izquierda extraparlamentaria, que ahora es parlamentaria.
La derecha, que más que ejemplos unitarios más bien ha dado clases de tolerancia extrema entre ellos, no dejará pasar mucho tiempo para desgranar su choclo. Es evidente que el proyecto piñerista dista en aspectos fundamentales del que propone la UDI. A la pragmática cosista y concreta de Piñera, se le opone el proyecto divino y fundacional de la UDI. Piñera quiere crear un país de empresarios, sus socios, uno de arcángeles. Para lo primero el tiempo es esencial para los segundos da lo mismo, si lo que se juega es la eternidad.
En esta especulación marrullera, propia de francotiradores, también cabe decir algo respecto de la neo izquierda extraparlamentaria, conformada por los mismos de siempre, menos el PC, que, como se recordará tiene tres diputados. A esta izquierda no es posible aplicar los mismos principios catalizadores. Por este lado de la sociopolítica el problema, la cuestión, la finalidad de la política, no parece ser el poder sino quien tiene razón. Y, claro, en esa discusión, azuzada desde las sombras por manos negras y de varios colores, va a haber acuerdo cuando haya pajaritos nuevos. Por lo tanto, a tomar una cómoda ubicación porque un proyecto de izquierda, esa sonámbula cosa rara, tiene para rato.
Sobre todo en este país de asombros que de tan cotidianos han perdido la virtud remecer y de indignarse, según sea el caso.
Del mismo modo en que las placas tectónicas se mueven y empujan unas sobre otras hasta quedar más o menos cómodas, el sistema político expuesto a la crisis que significó, para unos perder el gobierno y, para otros un lío innecesario, debiera tender a una estabilidad relativa de aquí a poco. Bastará que las contradicciones internas del gobierno se vayan agudizando por la vía de exigir, algunos más protagonismos y otros, más fundamentalismo para que las cosas decanten.
Como se ha visto, grandes diferencias con lo que venían siendo los gobiernos de la Concertación, no ha habido. Salvado el caso de las principales responsabilidades, Piñera ha gobernado con muchos altos funcionarios que viene de la anterior administración. Y se han sentido ambos, gobierno y funcionarios, de lo más cómodo. Piñera viene con el vuelo de las leyes del gobierno anterior y se le ve de lo más bien. Da la impresión que fueron hechas a su medida.
No está de más hacer referencia a la sintonía, no sólo de ahora, sino que desde siempre, tienen muchos connotados concertacionistas con las ideas motoras del nuevo gobierno. A veces se olvida que Piñera es parte de esa cultura democratacristiana que da para un barrido y un fregado. Recordemos que ese partido ha sido capaz de albergar a golpistas cómplices y encubridores de los crímenes de la dictadura y a humanistas que han estado por la causa de los más desposeídos.
Luego, sería un gesto de honestidad gratificante que el sistema dé, nuevamente, una demostración de auto organización distribuyendo la carga en forma homogénea de modo que no haya desequilibrios peligrosos. En este sentido, resulta muy de mal gusto que por razones tan baladíes como el matrimonio, se generen complicaciones extra, como si las que existen fueran pocas. Teniendo a la vista las soluciones para dar curso apropiado a la dinámica que ordena las cosas, sólo queda que el PS se case con el PPD, inaugurando un tiempo federativo, o que Tohá se divorcie de Rossi, inaugurando otra de solteros.
Tarde o temprano, sería una movida estratégica definitiva, las directivas de esos partidos deberían considerar desposarse ante las leyes que fueran necesarias. La señal unitaria que se podría dar al país sería potente. Así, la mecánica del sistema de partidos renovaría sus ímpetus y morfologías y en ese envión podría incluir a la otrora izquierda extraparlamentaria, que ahora es parlamentaria.
La derecha, que más que ejemplos unitarios más bien ha dado clases de tolerancia extrema entre ellos, no dejará pasar mucho tiempo para desgranar su choclo. Es evidente que el proyecto piñerista dista en aspectos fundamentales del que propone la UDI. A la pragmática cosista y concreta de Piñera, se le opone el proyecto divino y fundacional de la UDI. Piñera quiere crear un país de empresarios, sus socios, uno de arcángeles. Para lo primero el tiempo es esencial para los segundos da lo mismo, si lo que se juega es la eternidad.
En esta especulación marrullera, propia de francotiradores, también cabe decir algo respecto de la neo izquierda extraparlamentaria, conformada por los mismos de siempre, menos el PC, que, como se recordará tiene tres diputados. A esta izquierda no es posible aplicar los mismos principios catalizadores. Por este lado de la sociopolítica el problema, la cuestión, la finalidad de la política, no parece ser el poder sino quien tiene razón. Y, claro, en esa discusión, azuzada desde las sombras por manos negras y de varios colores, va a haber acuerdo cuando haya pajaritos nuevos. Por lo tanto, a tomar una cómoda ubicación porque un proyecto de izquierda, esa sonámbula cosa rara, tiene para rato.
Sobre todo en este país de asombros que de tan cotidianos han perdido la virtud remecer y de indignarse, según sea el caso.
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