La momificación de Carolina y Josefa
Ricardo Candia Cares
El proceso de momificación puede ser artificial, como lo hacían algunas culturas que poblaban Arica y los antiguos egipcios algo después, y natural, que consiste en la desecación del cadáver por evaporación del agua de sus tejidos, deteniendo así proceso de la putrefacción.
Contemporáneamente, hay otro proceso: el de origen político.
Los casos más emblemáticos son los que afectan a la Alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá, y a la de Providencia, Josefa Errázuriz. Extraño caso el de estas mujeres.
En ese dúo en el que tantos optimistas, acaso ilusos consuetudinarios, pusieron, ponen y pondrán sino todas, partes de sus frustraciones, esperanzas y deseos, ha sufrido una mutación por la que han transitado de otrora izquierdistas revoltosas: puño en alto, afiches de guerrilleros y rockeros en el dormitorio, alzados ponchos mapuches en el living, amistades con poetas, músicos, escritores izquierdistas irreverentes como solo lo son en este país los poetas, músicos y escritores, o por lo menos lo eran, en señoras que detestan a perdedores, perros y gente vaga, estudiantes de uniforme y de civil, bohemios bebedores de cantinas y bancos de plazas, peruanos, bolivianos, ecuatorianos, haitianos, y todo sujeto más menos oscuro de piel y de intenciones.
Dispuestas en situación de pasar a la historia en un país que históricamente no se ha destacado precisamente por permitir muchas féminas en cargos de relevancia, por razón extraña están haciendo todo en un sentido contrario a lo que algunos soñaban.
Y en vez de reivindicar su género en una cultura en la que el machismo, el militarismo y los poderosos de todas las especialidades han trapeado con ellas, se han dedicado a tomar medidas que nadie sabe de dónde salen, pero si se puede sospechar para donde van: a hacer de este país un lugar en que no haya lugar para los que se salen de la fila e insisten en aventurarse en costumbres que a esta damas les hacen arriscar la nariz: ya decíamos, vagabundos, perros y humanos; pobres, inmigrantes y locales; estudiantes, medios y de los otros; bohemios, de restaurantes y plazas; desordenados, vividores en comunidades y marchantes; comerciantes, al menudeo y sin permisos; y un sinnúmero de bichos raros, variantes de esas raleas, difíciles de clasificar.
A estas señoras les cargan esas externalidades, así se llama ahora a toda cuestión, persona o subproducto incómodo, de este país, y habrían preferido que Chile se situara más o menos entre Luxemburgo y Holanda. Y que los naturales de la plaza hablaran por lo menos tres idiomas y fueran algo más blanquitos.
Uno puede sospechar que a la alcaldesa de Santiago, por decir algo, le carga la Plaza de Armas. Le cargan sus payasos gritones, sus pintores copiones, sus estatuas humanas sudorosas, sus peruanos y su chicha morada, sus canutos insoportables, sus pasajes trasminados de frituras, sus bancos con vejetes dormitando a pata suelta, y esos balcones de departamentos sospechosos de ser rentados para el amor furtivo y de paso.
Uno puede sospechar que a la alcaldesa de Santiago, por decir algo, le carga la Plaza de Armas. Le cargan sus payasos gritones, sus pintores copiones, sus estatuas humanas sudorosas, sus peruanos y su chicha morada, sus canutos insoportables, sus pasajes trasminados de frituras, sus bancos con vejetes dormitando a pata suelta, y esos balcones de departamentos sospechosos de ser rentados para el amor furtivo y de paso.
Y quizás sueña ese lugar con más glamour, como esas placitas parisinas en las cuales es posible sentarse a tomar un helado o un café sin que lleguen tres o cuatro sujetos a pedirte monedas o una niña de siete años a venderte una flor de papel o un lanza se largue con tu teléfono o tu última compra, seis cuotas precio contado.
Ese subdesarrollo impropio de este país, debe ser muy cargante para alguien que conoce el mundo.
Lo mismo debe suceder a la alcaldesa de Providencia. Sus expectativas de dirigir una de las más respingadas comunas metropolitanas, quizás no cuadre con la realidad de esos rincones con poco o nada de galanos, en donde es posible encontrar travestis, y putas no más cae la noche, tugurios, bares y picadas a las cuales acuden como romeros gente extravagante y bulliciosa en busca de sonidos, comidas y bebestibles, en ambientes con algo de democráticos.
No. A la señora Errázuriz le va bien el palacio Falabella, pero no Pío Nono, esquina Bellavista a las cuatro de la mañana, con sus completos, pizzas, hamburguesas caseras, artesanía dudosamente artesanal, parafernalia para fumar marihuana, pasacalles ruidosos, filas de taxistas, gente meando por ahí, perros trasnochados, y un continuo de mesas plásticas que llega al cerro, y en donde vale dos lucas la chela de litro.
Y esa afrenta a su buen gusto debió afectar sus muy desarrollados sentidos de lo fino, del buen gusto, de lo refinado de sus terminales olfativas, propias de un paladar de gusto y cepa.
También les deben repugnar las Fuerzas Especiales de Carabineros, pero serán un mal necesario para sus efectos profilácticos.
Y, claro, llegamos entonces a las razones por las cuales ambas damas disecaran sus añejas tanto como olvidadas historias de jóvenes idealistas que les hacía correr por la venas un saludables chorro de sangre joven, optimista y decidido.
Y ya vemos los resultados: vistas así las cosas no queda sino concluir que vivir en medio de la grieta que deja la contradicción de un país que a veces parece el XVIe arrondissement de Paris y un poco más allá, no tanto, algo parecido a la Cité Soleil de Puerto Príncipe, trae sus consecuencias.
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