jueves, 29 de marzo de 2012

Jorge Gómez Barata(*) 
 Publicación Original en MONCADA
No se necesita ser papa para creer que: "…La ideología marxista en la forma en que fue aplicada ya no corresponde a la realidad"; ni es preciso emular a Carlos Marx para saber que el cristianismo nunca aportó todas las respuestas a los grandes problemas sociales como tampoco lo hizo ninguna corriente de pensamiento; no porque fueran fallidas sino porque la historia no funciona con arreglo a doctrina alguna, sino que más bien ocurre lo contrario.
Más de dos mil años antes de que los sistemas de ideas seculares, como el liberalismo y el marxismo intentaran fundar sistemas políticos y ejercer el poder a partir de doctrinas económicas, jurídicas y políticas, las grandes religiones procuraron hacerlo aplicando los preceptos de la fe inspirados en textos considerados sagrados, entre ellos: Antiguo y Nuevo Testamento, la Torá y el Talmud, el Corán y otros. Aquellos intentos fallidos están descritos en tablas de arcilla, papiros, pergaminos, libros de historia, investigaciones científicas, ensayos y documentos de la Iglesia.
Desde que, alrededor del año 772, el papa Adriano I estableció el poder temporal, es decir el poder político real de la Iglesia sobre determinados territorios, que luego se constituirían en los Estados Pontificios (752-1870), los papas, por sí mismos o en connivencia con reyes y príncipes gobernaron en Europa.
Para hablar sólo de occidente, como parte del ejercicio de aquel poder, la Iglesia católica se asoció al estrato político para mediante alianzas explicitas o de modo directo, gobernar. De la necesidad de homologar las jerarquías eclesiásticas con las temporales surgió la figura de los “príncipes de la Iglesia.” La denominación de “sacros” o sagrados de los imperios romanos, germánico, carolingio y otros no fueron adornos retóricos sino evidencias del papel que en ellos desempeñaba la Iglesia.
Desde 1095 hasta alrededor de 1270 los papas, en alianza con príncipes y monarcas fueron los inspiradores y organizadores de las Cruzadas, grandes expediciones militares encaminadas a establecer el poder cristiano sobre el Oriente Cercano, entonces conocido como Tierra Santa, el papel de las órdenes religiosas en aquellos eventos dan fe del rol de la Iglesia en operaciones políticas y de conquista “non sanctas”.
Otro ejemplo de la vinculación del clero con el poder fueron las Bulas Alejandrinas (1493), mercedes concedidas por el papa Alejandro VI a los reyes católicos de España que en realidad fueron licencias para la ocupación y la anexión del Nuevo Mundo y que sirvieron de base al Tratado de Tordesillas, primer acuerdo político global y primer reparto del mundo entre España y Portugal bajo la mirada aprobadora del papa.
En Iberoamérica los vínculos de la Iglesia con la conquista, luego con las oligarquías y las burguesías nativas y el protagonismo desde posiciones conservadoras y contrarrevolucionarias de las jerarquías católicas en cuanto evento político ha tenido lugar en la región en lo últimos quinientos años, son antológicos.
En la segunda mitad del siglo XIX cuando la maduración de las revoluciones sociales europeas y norteamericana consumaron la separación de la Iglesia y el Estado, hecho asociado al repudio de la clase obrera al capitalismo salvaje, se desataron amplios movimientos políticos, como resultado de la cual apareció el marxismo, que pisó la escena como adversario del capital, no de la fe ni de la Iglesia.
En las circunstancias creadas en Europa a partir de 1845 en adelante, cuando además del marxismo aparecieron los sindicatos, el movimiento obrero y los partidos políticos de izquierda, la Iglesia regida entonces por Vicenzo Gioacchino, León XIII, papa entre 1878 y 1903, reaccionó auspiciando el movimiento de los laicos cristianos que se expresó en la organización de partidos políticos, sindicatos, organizaciones juveniles y femeninas inspirados en la Doctrina Social de la Iglesia, luego conocidos como social y demócrata cristianos.
En aquel contexto, León XIII dio a conocer la encíclica Rerum Novarum, hasta hoy el más importante documento de política social de la Iglesia Católica que, si bien confronta al marxismo por la posición atea y anticlerical de algunos de sus representantes, también cargó contra los excesos de liberalismo y del mercado, igualmente refractarios al clero.
A los hechos políticos de la época se suma la tradicional posición conservadora de la Iglesia que hasta el mismo siglo XIX rechazó las novedades científicas. No hay nada especial en la reacción de la curia ante las doctrinas económicas y los postulados filosóficos de Marx; antes fueron silenciados y castigados, entre otros muchos: Girolano Savonarola, Nicolás Copérnico, Miguel Servet, Giordano Bruno y Galileo Galilei condenados no por confrontar la fe sino por contradecir los dogmas. En la misma época de Marx y de León XIII, Darwin, hombre de fe, fue excomulgado no por su posición contraria a Dios sino por su ciencia.
Aunque se trata de una dialéctica demasiado complicada para ser simplificada en unas líneas, los procesos civilizatorios no se ajustan a los preceptos de los sistemas filosóficos o teológicos o a las teorías mundanas, sino a la inversa. Hoy día se sabe que es errónea la tendencia a convertir la teología cristiana, islámica, sintoísta, hindú o budista o las tesis filosóficas, las doctrinas económicas en programas políticos, pretensión en la cual han errado faraones, papas, emires y ayatolas, los burgueses e incluso los marxistas que en este asunto no tiraron la primera piedra.
En fecha reciente el profesor Nicolás Ríos, uno de los laicos cubanos que fundaron el Partido Liberación Radical, el primero de inspiración cristiana en la Isla, recordó que en el Encuentro Eclesial Cubano de 1986, por cierto época que coincidió con el Proceso de Rectificación de Errores liderado por Fidel Castro, la Iglesia cubana tomó distancia del diferendo entre marxismo y cristianismo por considerarlo un debate filosófico y un virtual “diálogo de expertos”; posición compartida por el Estado cubano y por el Partido Comunista que incluso abrió su filas a los creyentes.
Por otra parte, los sectores avanzados de la izquierda socialista, incluyendo militantes cubanos han examinado desde diversos ángulos y criticado exhaustivamente las deformaciones introducidas en el marxismo, entre ellas el haberlo plagado de dogmas convirtiéndolo en una virtual religión de Estado, terreno en el cual resulta difícil añadir algo sustantivo. En sentido estricto, excepto en los ámbitos académicos, el debate aludido por Benedicto XVI está trascendido. Allá nos vemos.
La Habana, 25 de marzo de 2012
(*) Jorge Gómez Barata:  Profesor cubano, prolífico periodista, escritor e investigador de historia, y de política internacional, especialmente en temas relacionados con EEUU.
 
Invitamos a conocer algunas otras de sus notas:
 

No hay comentarios: