Publicación Original en MONCADA
No
se necesita ser papa para creer que: "…La ideología marxista en la
forma en que fue aplicada ya no corresponde a la realidad"; ni es
preciso emular a Carlos Marx para saber que el cristianismo nunca aportó
todas las respuestas a los grandes problemas sociales como tampoco lo
hizo ninguna corriente de pensamiento; no porque fueran fallidas sino
porque la historia no funciona con arreglo a doctrina alguna, sino que
más bien ocurre lo contrario.
Más
de dos mil años antes de que los sistemas de ideas seculares, como el
liberalismo y el marxismo intentaran fundar sistemas políticos y ejercer
el poder a partir de doctrinas económicas, jurídicas y políticas, las
grandes religiones procuraron hacerlo aplicando los preceptos de la fe
inspirados en textos considerados sagrados, entre ellos: Antiguo y Nuevo
Testamento, la Torá y el Talmud, el Corán y otros. Aquellos intentos
fallidos están descritos en tablas de arcilla, papiros, pergaminos,
libros de historia, investigaciones científicas, ensayos y documentos de
la Iglesia.
Desde
que, alrededor del año 772, el papa Adriano I estableció el poder
temporal, es decir el poder político real de la Iglesia sobre
determinados territorios, que luego se constituirían en los Estados
Pontificios (752-1870), los papas, por sí mismos o en connivencia con
reyes y príncipes gobernaron en Europa.
Para
hablar sólo de occidente, como parte del ejercicio de aquel poder, la
Iglesia católica se asoció al estrato político para mediante alianzas
explicitas o de modo directo, gobernar. De la necesidad de homologar las
jerarquías eclesiásticas con las temporales surgió la figura de los
“príncipes de la Iglesia.” La denominación de “sacros” o sagrados de los
imperios romanos, germánico, carolingio y otros no fueron adornos
retóricos sino evidencias del papel que en ellos desempeñaba la Iglesia.
Desde
1095 hasta alrededor de 1270 los papas, en alianza con príncipes y
monarcas fueron los inspiradores y organizadores de las Cruzadas,
grandes expediciones militares encaminadas a establecer el poder
cristiano sobre el Oriente Cercano, entonces conocido como Tierra Santa,
el papel de las órdenes religiosas en aquellos eventos dan fe del rol
de la Iglesia en operaciones políticas y de conquista “non sanctas”.
Otro
ejemplo de la vinculación del clero con el poder fueron las Bulas
Alejandrinas (1493), mercedes concedidas por el papa Alejandro VI a los
reyes católicos de España que en realidad fueron licencias para la
ocupación y la anexión del Nuevo Mundo y que sirvieron de base al
Tratado de Tordesillas, primer acuerdo político global y primer reparto
del mundo entre España y Portugal bajo la mirada aprobadora del papa.
En
Iberoamérica los vínculos de la Iglesia con la conquista, luego con las
oligarquías y las burguesías nativas y el protagonismo desde posiciones
conservadoras y contrarrevolucionarias de las jerarquías católicas en
cuanto evento político ha tenido lugar en la región en lo últimos
quinientos años, son antológicos.
En
la segunda mitad del siglo XIX cuando la maduración de las revoluciones
sociales europeas y norteamericana consumaron la separación de la
Iglesia y el Estado, hecho asociado al repudio de la clase obrera al
capitalismo salvaje, se desataron amplios movimientos políticos, como
resultado de la cual apareció el marxismo, que pisó la escena como
adversario del capital, no de la fe ni de la Iglesia.
En
las circunstancias creadas en Europa a partir de 1845 en adelante,
cuando además del marxismo aparecieron los sindicatos, el movimiento
obrero y los partidos políticos de izquierda, la Iglesia regida entonces
por Vicenzo Gioacchino, León XIII, papa entre 1878 y 1903, reaccionó
auspiciando el movimiento de los laicos cristianos que se expresó en la
organización de partidos políticos, sindicatos, organizaciones juveniles
y femeninas inspirados en la Doctrina Social de la Iglesia, luego
conocidos como social y demócrata cristianos.
En
aquel contexto, León XIII dio a conocer la encíclica Rerum Novarum,
hasta hoy el más importante documento de política social de la Iglesia
Católica que, si bien confronta al marxismo por la posición atea y
anticlerical de algunos de sus representantes, también cargó contra los
excesos de liberalismo y del mercado, igualmente refractarios al clero.
A
los hechos políticos de la época se suma la tradicional posición
conservadora de la Iglesia que hasta el mismo siglo XIX rechazó las
novedades científicas. No hay nada especial en la reacción de la curia
ante las doctrinas económicas y los postulados filosóficos de Marx;
antes fueron silenciados y castigados, entre otros muchos: Girolano
Savonarola, Nicolás Copérnico, Miguel Servet, Giordano Bruno y Galileo
Galilei condenados no por confrontar la fe sino por contradecir los
dogmas. En la misma época de Marx y de León XIII, Darwin, hombre de fe,
fue excomulgado no por su posición contraria a Dios sino por su ciencia.
Aunque
se trata de una dialéctica demasiado complicada para ser simplificada
en unas líneas, los procesos civilizatorios no se ajustan a los
preceptos de los sistemas filosóficos o teológicos o a las teorías
mundanas, sino a la inversa. Hoy día se sabe que es errónea la tendencia
a convertir la teología cristiana, islámica, sintoísta, hindú o budista
o las tesis filosóficas, las doctrinas económicas en programas
políticos, pretensión en la cual han errado faraones, papas, emires y
ayatolas, los burgueses e incluso los marxistas que en este asunto no
tiraron la primera piedra.
En
fecha reciente el profesor Nicolás Ríos, uno de los laicos cubanos que
fundaron el Partido Liberación Radical, el primero de inspiración
cristiana en la Isla, recordó que en el Encuentro Eclesial Cubano de
1986, por cierto época que coincidió con el Proceso de Rectificación de
Errores liderado por Fidel Castro, la Iglesia cubana tomó distancia del
diferendo entre marxismo y cristianismo por considerarlo un debate
filosófico y un virtual “diálogo de expertos”; posición compartida por
el Estado cubano y por el Partido Comunista que incluso abrió su filas a
los creyentes.
Por
otra parte, los sectores avanzados de la izquierda socialista,
incluyendo militantes cubanos han examinado desde diversos ángulos y
criticado exhaustivamente las deformaciones introducidas en el marxismo,
entre ellas el haberlo plagado de dogmas convirtiéndolo en una virtual
religión de Estado, terreno en el cual resulta difícil añadir algo
sustantivo. En sentido estricto, excepto en los ámbitos académicos, el
debate aludido por Benedicto XVI está trascendido. Allá nos vemos.
La Habana, 25 de marzo de 2012
(*) Jorge Gómez Barata: Profesor
cubano, prolífico periodista, escritor e investigador de historia, y de
política internacional, especialmente en temas relacionados con EEUU.
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